Opinión

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Tras cerca de un año de nueva cabalgadura, la Asociación Cultural no puede gozar de mejor salud. Hemos pasado de ser un grupo reducido de 42 personas a constituir un conjunto superior a los 230 asociados.

Este gran salto no se debe a un fenómeno accidental o de azar, sino que responde a la materialización de una inquietud que se ha ido gestando durante muchos años, si bien, ha sido en este último cuando se ha manifestado de un modo más intenso.

La semilla ha germinado y se ha conseguido integrar en la Asociación, bajo un solo cielo, tanto a los habitantes de Pancrudo como a los que lo habitan en verano y fines de semana. Todos nos consideramos de Pancrudo, todos debemos considerarnos de Pancrudo.

La ilusión general que se ha creado con la nueva etapa de la Asociación necesita del arropo continuo de cada uno de nosotros, y de la firme voluntad por perseguir los fines que nos han motivado a darle continuidad. En definitiva, la Asociación se configura como un grupo de personas multidisciplinar.

Es evidente que, al igual que sucede en cualquier grupo de trabajo, los puntos de vista, opiniones, etc. respecto de las actividades a realizar, modo de ejecutarlas, valoración de las mismas, va a ser diferente. Esta situación que frecuentemente se dará, debemos entenderla y aceptarla como una experiencia enriquecedora, de respeto por la libertad a opinar, a hacer y a equivocarse. Este, a mi juicio, es el eje central sobre el que debe girar el curso de la Asociación. La práctica de la norma “haz y deja hacer”, es la mejor garantía de salud para la Asociación.

Personalmente, me siento satisfecho por participar en la creación de este primer número de la revista PANCRUDO. Esa misma sensación espero que tengáis todos vosotros cuando os involucréis en cualquiera de las actividades propuestas. De hecho, ya lo estáis haciendo en parte inscribiendoros en la Asociación.

Considero que la razón o interés que nos debe mover, desde este movimiento cultural, no es otro que el llenar el espacio vacío que en numerosas ocasiones se crea en los pueblos “pequeños”, en este caso Pancrudo.

Cuando un agricultor deja un grano de trigo en la tierra, en él se pone toda la ilusión. Cuando el campo comienza a “verdeguear”, ésta aumenta y él respira hondo. El aire que acaricia en ese momento los pulmones satisface más que cualquier manjar, mitiga más dolores que cualquier medicamento. Y así sucesivamente, no sin tropiezos, a lo largo de la singladura. Finalmente cuando recoge el fruto, duerme tranquilo.

La Asociación es, como antes señalaba, ese grano que ha germinado y ya “verdeguea”. De todos nosotros depende que de fruto y aunque no este totalmente granado, habrá valido la pena recogerlo.

Pascual Tolosa Sancho