El Rincón del Abuelo: Balbina Campos Fol

El Rincón del Abuelo: Balbina Campos Fol

Ella es una de esas personas nacidas fuera de su hogar por culpa de la guerra civil, concretamente en Ejulve (Teruel). Sus padres se fueron de Pancrudo con un niño pequeño de dos años y volvieron sólo con una niña, Balbina, y esperando otra, Paulina. Ya asentados en Pancrudo, Pablo y Pilar tuvieron dos hijos más, Joaquín y otro que nació muerto.

¿Siempre has vivido en Pancrudo?

No, que va. Cuando tenía nueve años me llevaron a Barcelona unas primas de mi madre, allí estuve poco, sólo el curso escolar. Después con catorce me fui a Zaragoza con una tía que me buscó trabajo en una casa que tenían también tienda; yo trabajaba sobre todo en la casa y limpiaba y cerraba la tienda fuera de la hora de atención al público. Después de mayor y ya nacidos mis cinco hijos, por motivos de trabajo de mi marido, estuvimos viviendo algún tiempo en Ciudad Real y después en Cobisa (Toledo). Finalmente volvimos a Zaragoza y ya no me he movido de aquí. 

Cuéntanos alguna anécdota que recuerdes de los años que estuviste en Pancrudo

Recuerdo, que durante unos cuantos años, se encontraban bombas o balas en cualquier sitio; una veces usadas pero otras estaban sin explotar. En cierta ocasión, mientras estábamos jugando, encontramos una intacta a las afueras del pueblo, la estuvimos mirando durante un buen rato dilucidando que hacíamos… al final la dejamos escondida y nos fuimos cada uno a nuestra casa, luego por la noche se había encendido una hoguera en la plaza porque era Santa Lucía y alguien la echo al fuego, hizo semejante explosión que todo el pueblo salimos a la calle sin saber que había ocurrido. Por suerte en ese momento no había ya gente cerca y nadie resultó herido, aunque se montó mucho revuelo y vino hasta la guardia Civil a investigar.

También recuerdo ir a las huertas a ayudar a mis padres, nosotros sembrábamos dos, una en las dehesas donde solían plantar las verduras que necesitan más atención y otra en el “prao” donde plantaban más las patatas, los ajos o las cebollas, aquí no me gustaba ir porque había que regar a calderos y luego además teníamos que subir esa cuesta tan larga cargados ya que aunque no llevásemos cosas de la huerta se aprovechaba para recoger palos que luego mi madre usaba para encender la cocinilla, para lo gordo usaba carbón porque mi padre trabajaba en la mina y le daban todos los años unos kilos ¡en aquella época se aprovechaba todo!

De ropas y calzado teníamos poca cosa, solíamos ir con bata para no manchar el vestido y de calzado, albarcas de cáñamo (como las que usan para bailar la jota ahora) que en invierno poníamos cerca de la cocinilla para que se secaran por la noche. Los zapatos sólo eran para los domingos y días de fiesta.

En la escuela aprovechábamos los lapiceros y el papel al máximo y cuando la profesora te castigaba te llevabas doble bronca porque solía ser escribiendo tantas veces “me portaré bien en clase” o lo que fuese y cómo no había medios para conseguir esos lapiceros y ese papel tus padres también se enfadaban.

¿Cuándo y dónde conociste a tu marido, Antonio Gracia?

Lo conocí al poco de llegar a Zaragoza. Él y otro amigo suyo pasaban todos los días por delante de la tienda donde yo trabajaba, a la hora de cerrar. Éramos muy jóvenes, teníamos los dos dieciséis años, y lo cierto es que al principio me pareció más guapo su amigo, pero Antonio era más hablador, más adulador y acabó conquistándome. Desde entonces estuvimos juntos hasta que se murió en agosto de 2008, precisamente veraneando aquí en Pancrudo (se emociona al recordarlo…)

Háblanos de tus hijos

Tardé más de un año en quedarme embarazada de la mayor, Alicia, mis suegros ya pensaban que no podía tener hijos… -Balbina hace una semisonrisa- en aquellos tiempos lo normal era quedarse embarazada los primeros meses de casada, las cosas no eran como ahora, no había medios para evitarlo y además se veía mal a las mujeres que no tenían descendientes. Luego a los tres años y medio nació María Ángeles y ya todos seguidos. Lola a los quince meses de ella, Toño a los dieciocho meses, por cierto, es el único que nació en Teruel porque me puse de parto estando en Pancrudo, y por último Beatriz a los veintitrés ¡¡Así que en cinco años tuve cuatro hijos!! 

¿Dónde te casaste y cómo fue?

Me casé en Pancrudo el 19 de octubre de 1961, a la boda asistió todo el pueblo y celebramos el convite en casa de la tía María (el bar de antes, donde la carretera). Para que pudieran estar los invitados de la parte de Antonio alquilaron un autocar desde Zaragoza y por la tarde se los volvieron a llevar, exceptuando parte de la familia más cercana que vinieron la víspera para ayudarnos a vestirnos y durmieron repartidos por casas de varios familiares nuestros.

Después de comer, Antonio y yo nos fuimos con el veterinario a Teruel en su coche para coger el tren que nos iba a llevar de viaje de novios a Valencia una semana. La vuelta la hicimos también por Teruel y paramos en Pancrudo con la mala o buena suerte, según se mire, de que nos cayó una nevada tan grande que tuvimos que quedarnos otra semana más de lo que pensábamos ¡Filomena se queda pequeña con aquella! – sonríe.

Para el convite se mataron tres corderos y se guisaron los conejos y pollos que la gente nos había hecho de regalo (en aquella época no había dinero para dar en metálico). La tía María preparó todo de diferentes formas y luego las mozas del pueblo con delantales blancos ayudaron a servirla. La gente decía que había comido muy bien ¡es que la tía María guisaba de maravilla y sabía tratar a la gente!

¿Salió alguna otra pareja de tu boda?

Que yo sepa no, aunque quien sabe….

¿Ibas mucho por Pancrudo?

De soltera iba poco porque entonces no había vacaciones en el trabajo como ahora. Luego ya de casada solíamos ir todos los meses a ver a mis padres, primero solos y luego con nuestros hijos, y cuando al poco tiempo de casados Antonio se hizo cazador estábamos además todas las vacaciones que tenía él en agosto, también.

Mis padres, cuando los chicos ya fueron un poco mayores, se quedaban con alguno todo el verano y en alguna que otra ocasión les dieron algún buen susto como cuando Lola se puso con mucha fiebre y no había manera de bajársela o cuando María Ángeles recibió un golpe en la espalda con un apero del campo y se hizo una buena raspada.

Cuéntanos algunos de los momentos más felices de tu vida

El nacimiento de cada uno de mis hijos lo primero, el día que me casé después y alguno de los viajes que hice con mi marido, en especial el que nos regalaron nuestros hijos por las bodas de plata a Santander.

Y alguno de los recuerdos más tristes

Los recuerdos más tristes para mí fueron los fallecimientos de mi padre y de mi marido porque los dos sucedieron estando yo con ellos y eso se te queda muy hondo en el corazón.

Algo que te hubiese gustado gustado cambiar de tu vida

Me hubiera gustado que en mi juventud y adolescencia hubiese podido estar más con mis padres y hermanos. Me fui muy joven a Zaragoza y, aunque nunca dejé de verlos, lo cierto es que eran visitas cortas y siempre había mucho trabajo, con lo que no tuve conversaciones como tienen ahora los jóvenes con sus padres.

Una anécdota de tu vida…

Hay una que me pone todavía nerviosa solo de recordarla.

Cuando Alicia era pequeña, aprovechando un descuido mío, se escapó de casa. Cuando me di cuenta de que no estaba pensé que la habrían raptado, pues prácticamente no llegaba al pomo de la puerta y no creía que ella sola pudiera haberla abierto, así que salí corriendo a la calle llamándola, preguntando a todas las personas y entrando en las pocas tiendas que tenía la calle ¡nadie la había visto ni sola ni acompañada!, el canal de Zaragoza estaba cerca de nuestra casa y empecé a pensar que podría haberse caído a él. Estuve un buen rato yendo de un lado a otro, llamándola y preguntando, desesperada volví a entrar en las tiendas y finalmente viéndome tan asustada y desencajada, en una de ellas me dijeron que estaba allí que la habían sentado al lado de la estufa ya que la pequeña estaba helada porque iba en pijama y descalza. Empecé a llorar de alegría y abracé a mi hija con tanta fuerza que no se podía mover, creo que estuve semanas mirándola y por supuesto llevándola conmigo a donde yo estuviera. Aquel shock y aquella angustia no los he vuelto a sentir (y eso que los cinco han hecho muchas trastadas de pequeños) pero se me quedaron grabados en la memoria y nunca los olvidaré.