
01 Jul 1999
El Rincón del Abuelo. Josefa Campos Ibáñez
Por Pascual Tolosa Sancho
En este apartado de la revista queremos rendir tributo a todas aquellas personas mayores, ofreciéndoles con una entrevista el respeto y admiración que se merecen, no solo por su edad, sino por toda una vida, en la mayoría de los casos, dedicada a Pancrudo.
Nuestra anfitriona va a ser Josefa. Cuando tenía treinta y un años se desató la guerra civil española y, siendo su marido víctima de ella, quedó viuda. Con sus hijos se estableció en Barcelona inicialmente y, más tarde, en Calamocha de donde venía con frecuencia al pueblo hasta que consiguió reformar su casa. En la actualidad, siempre que puede regresa a Pancrudo, especialmente en verano, con sus hijos, nietos y biznietos, allí donde de joven vivió y una trágica circunstancia quebró su vida.
Josefa Campos Ibáñez, nace el 1 de Noviembre de 1.905, en Pancrudo. Su padre era Benito Campos Blasco, natural de Monteagudo, y su madre Teodora Ibáñez Ibáñez, natural de Cuevas Labradas, y, desde muy pequeños, ambos ya vivían en Pancrudo.
Tuvo seis hermanos Elena, Adolfo, Benito, Felipe, Santiago y Nicanor, siendo ella la segunda.
En 1.929 se casa en Pancrudo con Juan Alias Escriche, con el que tiene tres hijos, Arturo, Carlos y Benito (el primero de ellos fruto del matrimonio de su marido con su primer enlace). En la actualidad tiene nueve nietos y cinco biznietos siendo, tal como ella dice, un bálsamo para su salud.
Tras un buen recibimiento, tomando un vaso de vino, pude disfrutar, además de su compañía, de sus recuerdos, que líneas abajo se transcriben, los cuales espero nos sirvan a todos para reflexionar un poco acerca del pasado, analizar el presente y mirar con optimismo el futuro.
Josefa ¿qué recuerdas de tu niñez en Pancrudo?.
Especialmente tengo un fuerte recuerdo familiar. Eramos muchos hermanos, yo y mi hermana Elena, la mayor, ayudábamos a mi padre en cualquiera de las faenas que él hacía. Mi padre era una especie de artesano que hacia un poco de todo, cuerdas, sogas de cáñamo, zuecos para toda la familia, caños para sanear de aguas los campos, limpiar acequias, escamondar, etc. Siempre trabajaba a destajo y frecuentaba poco la taberna. Recuerdo en una ocasión que en la cochera fuente de los Toranes mi padre hizo un agujero para pasar el agua y yo, junto a mi hermana, le dábamos la masa. Si hacía caños, nosotras íbamos a darle piedras y cosas así. Cuando nevaba mi padre iba a cazar y siempre traía algo. Su calzado era a base de abarcas y pieles de conejo o liebre. Creo que esto último lo recordarán todavía muchas personas de Pancrudo ya que era una práctica frecuente.
Yo cosía para todos mis hermanos y mi madre me compró una máquina de coser “Singer”. También hacía prendas y puntillas. En una ocasión hice una toalla de comunión (con un cáliz bordado). Mis padres murieron pronto, él a los 63 años y ella, a los 53.
También tengo algunos recuerdos más personales. Se que era algo presumida ya que cuando llevaba los zuecos, como frecuentemente había barro, iba de piedra en piedra para no ensuciarlos. Tuve buenas amigas y entre todas compartíamos parte de nuestras vidas; ahora mismo me acuerdo de Amparo, Simona, Isabel, Josefa, Rosario. La escuela era otro lugar de encuentro. Letra, lo que es letra, no dábamos apenas pero sí labores de costura, ya que la maestra que había, Isabel, tenia mucha mano para ello.
¿Cuál es tu vida cuando te casas?
Cuando mis hermanos ya eran más mayores entramos de medieros en casa del señor Joaquín Andrés. Estuvimos allí algunos años.
En el año 1.929 me case, entonces tenía 24 años.
Mi marido era esquilador de oficio y al tiempo del esquilo viajaba por muchos lugares, principalmente por la provincia de Zaragoza y por los pueblos de alrededor de Pancrudo. Estuvimos un año de agosteros en casa de Los Isaques. Inicialmente vivíamos en una casa de la calle del Sol, nº 17, en el barrio alto. Luego, por el año 1.935, bajamos a vivir aquí, donde tengo la casa actualmente, en la calle Mayor, nº 3. En estos años nacieron los hijos.
Los años de la guerra, ¿cuéntanos?
Comienza la guerra el día 18 de Julio de 1.936. El día 22 de Julio, día de La Magdalena, un grupo de requetes y guardias civiles provenientes de Teruel llegan a Pancrudo y cogen prisioneros a dieciocho personas, entre ellos a mi marido. Se los llevan a Teruel. Desde la cárcel recibí un par de cartas y ya no supe nada más de él, nunca, ni de los demás.
Era de madrugada cuando llegaron y ellos estaban durmiendo en la cochera de Toran, la que hay en la orilla de la carretera, por lo que rápidamente los apresaron. Los requetes y los guardias hicieron algunos disparos y alarmaron ¡que nadie se asome a las ventanas!. Al poco rato de estos hechos vinieron un grupo de ellos a buscar a mi hermano Adolfo, a la casa de la calle Mayor, pero él ya se había marchado, huyó. Subió el grupo hacia el Castillo buscándolo. Yo, también subía detrás y la tía Rosario me dijo métete aquí (a su casa). Desde el Castillo vieron a una persona en los chopos de las Calderetas y dispararon desde arriba hasta que lo mataron.
Esta gente luego bajaba por la calle fanfarroneando ¡ya ha caído, ya ha caído!. No fue mi hermano el que murió asesinado, fue un pastor que iba a sacar las ovejas, era de madrugada.
Otro grupo de guardias fueron a casa de la tía Botiguera, que se llamaba María, y requisaron las sogas que había para amarrar a los hechos prisioneros.
Fui a la fuente, llorando, y vi como estaban todos atados en la caja de un camión. Al poco rato se los llevaron y para siempre. Ya se hacía de día y era el día de La Magdalena.
Josefa estaba triste cuando me relataba estos acontecimientos, pero mantenía el valor suficiente para no dejar caer ni una lágrima.
A los pocos días llegan al pueblo las Brigadas Internacionales (frente popular o republicanos o rojos, como se prefiera) y fuimos a presentarnos al Ayuntamiento, como todos. Estábamos todos en la calle y ellos arriba donde las escuelas, en el Ayuntamiento. Preguntaron ¿dónde están los que se llevaron a los dieciocho?, nadie dijo nada.
Durante el primer año y medio, más o menos, el pueblo estaba bajo el mando republicano y se creó una especie de colectividad. Yo estuve viviendo aquí, en Pancrudo, durante este tiempo.
Después de este tiempo, como avanzaba el frente nacional, toda la familia nos marchamos de Pancrudo. Los niños por un lado y los mayores por otro. Los pequeños, desde Pancrudo, se los llevaron los de las Brigadas Internacionales en autocar a unas escuelas-hogar que había en El Grado (provincia de Huesca), aunque nosotros no sabíamos el destino. Los mayores, teníamos que ir a Balaguer (provincia de Lérida) pero con nuestro medios. Mi hermano Adolfo se quedó y recogió todo. Nosotros estuvimos en Alfambra dos o tres días. Allí cogió el carro Santiago y los demás. Desde allí teníamos que ir a Balaguer. Estuvimos veinte días de marcha, en carro, y con unos machos jóvenes que daban gozo, fundamentalmente por el Bajo Aragón (Calanda, Castelseras, Alcañiz, Caspe, etc). Durante el viaje, la gente nos alojaba en sus casas.
En Alcañiz, preguntamos a los guardias para ver si podían decirnos dónde estaban mis hijos. Nos indicaron que en la zona de Barbastro (provincia de Huesca), localidad próxima a El Grado. Subidos en la caja de un camión nos trasladaron hasta allí. En Barbastro había fuertes bombardeos y teníamos una gran preocupación por lo que les pudiera pasar a los chicos. Los asistentes de Barbastro nos llevaron a mi y a mi prima Pilar (con la que siempre iba) a una asociación (oficina) y nos buscaron un lugar para cenar y dormir. Esa noche se repitieron los bombardeos.
Al día siguiente, en autocar, fuimos hasta la localidad de Graus (provincia de Huesca), próxima tanto a Barbastro como a El Grado. Allí existían unos paneles grandes donde se indicaba dónde estaban los niños, muchos niños. Los nuestros estaban en El Grado, así que fuimos allí y los recogimos y, más tarde, poco a poco, en el carro, parando en muchos sitios, nos dirigimos hacia Barcelona. Mi hermano pequeño, Nicanor, cogió a mi hijo Carlos y se marcharon a Valencia hasta que termino la guerra, luego regresaron a Barcelona. Todavía duró la guerra un año más aproximadamente. Mi hermano Benito marchó a Francia.
Al principio fuimos a vivir a la zona del Tibidabo de Barcelona, donde vivía un tío de la prima Pilar, con la que íbamos, posteriormente marchamos a la barriada de Barcelona llamada Valle de Ebrón, en la calle Arenys.
¿Cómo transcurre la vida en Barcelona?
Solamente tenía una preocupación y era mis hijos, solo pensaba en ellos. Comencé trabajando como asistenta haciendo comidas, limpieza, compras, etc., por horas, en casa de un comandante, José Argemí. A mis hijos, en tranvía, los llevaba al colegio de El Cotolengo del Padre Alegre.
Don José Argemí era, para entendernos, muy de antes, pero sus hijos, Mercedes y Esteban, eran muy buenos conmigo. Un día vinieron a buscar mis hijos a casa ya que Mercedes no los conocía, y se alegró enormemente. Su madre enfermó y estuvo un mes muy delicada y yo la cuidé mucho, ellos me lo agradecieron y me dieron algún dinerillo de más que me vino muy bien. Con ese dinero le compré un traje a mi hermano Santiago.
Estuve trabajando hasta que mis hijos pudieron hacerlo y después me quedé como ama de casa para atenderlos mejor. Por 1.962, con los hijos ya mayores y la vida resuelta en Barcelona, yo voy a vivir a Calamocha, con mi tío Juan. Había quedado viudo, tenia varios hijos y, aunque contaba con una criada, la faena era importante.
Por otro lado, desde aquí se me hacía más fácil subir a Pancrudo, aunque después de la guerra la casa había quedado medio destruida y no era habitable. Con los años he podido ir reformándola y en la actualidad estamos en verano viviendo algunas semanas y, de modo intermitente, a lo largo del año, algunos días.
¿Cómo se vive en Pancrudo estando fuera?, ¿cómo lo has recordado durante tantos años?
Como decía anteriormente, al principio solo pensaba en mis hijos, no tenía tiempo para recordar otra cosa. Pancrudo en ese momento estaba muy lejos, aunque había muchos recuerdos, buenos y malos. Una parte muy importante de mi vida sucedió en Pancrudo, aquí nací, me case, tuve hijos y perdí a mi marido. Lo único que de él llegué a saber fueron dos cartas y un certificado del Ayuntamiento de Pancrudo expedido en 1.955.
Fuimos muchas las viudas de la guerra y cada una de nosotras tuvimos que ir cicatrizando las heridas como pudimos, pero no es fácil olvidar el horror de una guerra que además de segar vidas, tapó las bocas durante muchos años. Afortunadamente, hoy soy bastante feliz, acompañada de toda la familia y puedo contar estas cosas con toda la libertad.
Cuando pase a vivir a Calamocha me fue más fácil subir al pueblo e ir recuperando mi casa, medio en ruinas, y mis recuerdos primeros. Siempre que puedo deseo subir a Pancrudo. Eso es todo.
¿Cuál es el secreto para permanecer con tan buen aspecto?
Bueno, creo que no hay secretos pero a mi me ha servido de mucho el estar siempre ocupada, haciendo algo, coser, etc. También he intentado relacionarme con la gente, la familia, los vecinos, el hogar de los jubilados en Calamocha, etc., y, sobre todo, luchar por conservar el buen humor.
Alguna anécdota que contar
No se si se podría considerar como anécdota un viaje que hice a Francia, allá por los años cincuenta. En ese momento y con unos cincuenta años me marche a ver a mi hermano Benito que estaba exiliado.
Primeramente tuve que hacerme un pasaporte en Barcelona, y desde allí partí en tren hacia la ciudad de Nimes (Francia). En la Frontera me pidieron el pasaporte y el billete de viaje. Una vez en Nimes perdí el tren que tenía previsto, junto con unos señores de Barcelona y un policía secreta con los que viajaba. Entonces tuvimos que coger unos vagones provisionales a las siete de la mañana del día siguiente, previamente tuve que ir a un banco a cambiar un poco de dinero para comprar el billete. Después del tiempo de espera cogimos el tren y, tras unas horas de viaje, yo me apeé en la ciudad de Garnieres. Como no llegué en el tren que había previsto, mi hermano ya no estaba esperándome y me encontré sola en la estación. Entonces el jefe de la misma me indicó el bar que había próximo y, desde allí, una mujer me acompañó hasta casa de mi hermano Benito y mi cuñada María. Vaya alegría se llevaron cuando me vieron llegar.
Un deseo, ¿qué les dirías a los lectores de la revista PANCRUDO?
El deseo que más “deseo” es que aprendamos a respetarnos todos. A todos los que lean estas líneas les diría que las raíces (es decir, el lugar donde uno ha nacido y vivido su juventud), se conservan toda la vida, sean buenas o malas, y, por tanto, ahora que corren buenos tiempos hay que aprovecharlos.