El Rincón del Abuelo: Benito y Joaquina

El Rincón del Abuelo: Benito y Joaquina

Por Flor Lahoz Castelló

(Cuando empezamos esta entrevista nadie podía sospechar el desenlace final  de nuestro querido tío Benito. Nuestra primera idea fue no publicarla, pero luego hablando con los hijos, vimos que era lo mejor, como un homenaje y un recuerdo y que a él le hubiera gustado verse en la Revista. Así pues, se publica tal y como se llevó a cabo).

 

Este año en el Rincón del abuelo traemos a una pareja que lleva toda su vida en común viviendo en Pancrudo y solamente en los últimos años, pasan los inviernos en Zaragoza.

Son el tío Benito y la tía Joaquina, 58 años de matrimonio, 5 hijos y 5 nietos y aunque en invierno la casa esté cerrada, alguna temporada, aun trabajan las tierras y todos acuden a menudo, no pierden el contacto con el pueblo.

Para mí es especialmente emocionante el hablar con ellos, pues son de la edad de mis padres y eran sus mejores amigos, siempre hemos mantenido una relación de familia. Muchas de sus vivencias me van a recordar las vividas en mi casa. Pero vale de nostalgias y vamos a presentarlos.

Benito Marzo Marco nace en Valdeconejos el 3 de abril de 1918, hijo de Ignacio y de Emilia. Eran 8 hermanos y él es el cuarto (ver pag. 64 en la revista nº 5 de Pancrudo el artículo de Pascual Herrera sobre los orígenes de las familias de Pancrudo).

Joaquina Marzo Cortés nace en Pancrudo el 23 de marzo de 1920, hija de Antonio y María. Su padre (“el tio Pedrotes”) vino de Corbatón pero su madre, María Cortés Burriel era originaria de Pancrudo, de una de las familias más antiguas del pueblo. Es la mayor de los cinco hermanos que aún viven.

 

– Bueno ya sé que, desde 1945 que se casaron, no se han separado para nada, pero ahora quiero que cada uno me cuente sus recuerdos de niñez y juventud, ¿por quién empezamos?

– Pues que empiece Benito que es más mayor y además es de otro pueblo – dice la Tía Joaquina

– Bueno, hace mucho tiempo que fui chico y no sé de lo que me acordaré, pero en fin, vamos a intentarlo. De chicos, en Valdeconejos con mis hermanos, íbamos a la escuela y jugábamos a lo que podíamos. Yo, como era el cuarto de los hermanos, aun me podía escapar a jugar con otros chicos alguna vez, pero si me necesitaban en la tienda (mis padres tenían una tienda donde se vendía de todo, desde alpargatas hasta vino o carne; vamos como un “Corte Inglés” pero en Valdeconejos) pues tenía que ayudar, y si no a cuidar de mis hermanos más pequeños. Yo era muy travieso, y seguro que alguna trastada haría, más que otros, pero ahora no me acuerdo de ninguna.

A la escuela íbamos chicos y chicas juntos, éramos unos 30 en clase y yo siempre fui con maestras, aun me acuerdo de Doña María, que nos enseñó las cuatro reglas (hasta dividir justo y ya está) también nos enseñaba Historia, Gramática y a las chicas Labores, también cantábamos; a veces se iba a su casa para preparar la comida o a hacer algo y dejaba encargado de la clase a alguno de  los mayores, ¡aquello parecía Troya!. Su marido se llamaba Vicente y trabajaba de “listero” en la vía.

– ¿Qué es eso de “listero”, y en qué vía?

– Sabes, la vía esa que nunca llegó a pasar el tren, iba de Alcañiz a Teruel. En el pueblo había unas 300 personas trabajando; andaluces, vascos, portugueses… mucha gente, unos estaban hospedados en algunas casas, otros venían con sus familias  y alquilaban una casa, alguno se quedó luego en el pueblo. Entonces el trabajo no era como ahora que hay buena maquinaria, se hacía todo con pico y pala, túneles y todo. Tanta gente daba mucha vida al pueblo.

Como te he dicho, en la tienda de mis padres había mucho trabajo. Mi hermana Irene ere la que se encargaba de la mayor parte, pero los que éramos más mayores, teníamos que arrimar el hombro. Nos traían el pan de Alfambra con el carro, el vino nos lo traían de Utrillas en botos, teníamos unas tinas muy grandes y las llenábamos con los botos, me acuerdo una vez que me cargaron uno, yo no era muy estirao, así que se me fue hacia un lado, se me cayó y se reventó, me imagino que algún reniego me llevaría por ello. Corderos matábamos cada día dos o tres, pues claro los obreros tenían que comer y no había bastante con lo de las casas, así que tenían que comprar.

Lo del marido de Doña María, el listero, es que iba a la vía a pasar lista a los que trabajaban allí, me acuerdo que iba con su libreta, en un caballo. Un día, al ir a bajar, se le enganchó el pie en el estribo y se quedó colgado, no veas como se le reían todos. Entonces yo ya era mocico, doce o catorce  años tendría. Cuando dejé la escuela ya había clases separadas y ya vino un maestro pero a mi no me tocó, yo siempre fui con mujeres.

– ¡Míralo, hasta de pequeño!. Seguro que tuvo muchas novias de mozo…

– ¡Qué va! Cuando tenía edad, pasé la vida por ahí. Al cumplir los 20 años ya llevaba tres meses en la guerra, así que no tuve tiempo; alguna amiga habría, pero vamos de paso.

– Bueno, pues ya estamos en la guerra.

– Me  movilizaron los Republicanos el día de Reyes de 1938 (vaya regalo ¿verdad?), nos llevaron de Valdeconejos por Montalban a Alcañiz y de allí hacia Valencia (Alcira, Játiva, Carcagente…). Al poco de llegar cogí el sarampión y lo pasé muy mal; allí en una habitación, alguien me cuidaría, digo yo. Un chico que estaba a mi lado murió a los pocos días, yo aguanté unos quince días o así y me salvé. Estaban conmigo unos de Pancrudo, Joaquín Campos, hermano del tío Pablo y el tío Inocencio, y otro hijo del tío Valeriano que se llamaba Mariano Josa; mira los dos murieron en la guerra.

Cuando la Batalla de Teruel, para cubrir las bajas que había habido en la división Lister, nos llevaron a Madrid, un poco más tarde a Cataluña hasta que me hicieron prisionero y me trajeron a Zaragoza, en Alcañiz, cuando me traían, me encontré con un muchacho que nos habíamos ido juntos cuando nos movilizaron, a él le compre unos guantes, buenos, de cuero por 18 pesetas. Llevábamos dinero de la República pero no nos valía en la otra zona y nos lo quitaron. De Zaragoza nos llevaron a Santander a un campo de concentración. Cuando pidieron avales al pueblo y vieron que no tenía nada pendiente, nos trasladaron a Vitoria, allí tuve que jurar Bandera y otra vez a la guerra pero con el otro bando. De allí cruzamos toda España hasta Córdoba y al poco terminó la guerra. Ya ves, me he recorrido toda España y con portes pagados (se ríe).

– Entonces volvería a casa…

– ¡Qué va!. La guerra había terminado pero mi quinta estaba militarizada y teníamos que hacer la mili, así que nos volvieron por tierras de Toledo a Madrid, por la Ciudad Universitaria, la Moncloa, el Paseo de Rosales… veíamos pasear a Franco, así tres años.

Como esto se alargaba mucho y yo quería volver a casa, solicité irme de minero a Portalrubio a terminar la mili, yo, que nunca me había metido en una mina. A todo esto mi familia se había trasladado a Pancrudo, era hacia 1942. Cuando licenciaron a mi quinta, a mí nadie me decía nada en la mina, así que un día les dije que me marchaba.

El encargado me dijo: “Allá tu, bajo tu responsabilidad”. Nadie me dijo nada en un tiempo, pero al poco volvieron a movilizar a mi quinta y tuve que incorporarme en Zaragoza, pasar unas semanas y volver a la mina esta vez en Las Cuevas, hasta que por fin me dieron la licencia definitiva.

Para entonces mis padres habían comprado una hacienda en Pancrudo y también teníamos un buen atajo de ovejas, así que todos los hermanos nos pusimos a trabajar la tierra y a cuidar el «ganao». Éramos 5 mozos y mi padre en casa y hacíamos buen trabajo, pero al poco murió mi hermano Esteban, de un flemón, para mí por culpa del médico que había entonces en Pancrudo. En el año 1945 nos casamos mi hermano Juan José y yo (el mismo día) y ya empezamos a formar nuestras familias.

– Vale lo dejamos aquí porque ahora ya entra en juego la tía Joaquina. Sé que se quedó sin madre muy pequeña. ¿Qué recuerda de su niñez?

– Pues sí, me quedé sin madre a los 8 años y de ella me acuerdo poco, que tenía mucho trabajo, en casa había un criao y un pastor o dos más mis padres, mi abuela y mis hermanos, antes que yo nació un chico, Mariano, que se murió de muy niño, luego otra chica, que también murió de pequeña, luego yo y luego mi hermano Rafael, así que ya ves, sólo para atender la casa y los animales, que entonces se criaban en casa para comer todo el año, ya tenía bastante. Estuvo muy mala, más de un año antes de morir, y el recuerdo que tengo es más de ese tiempo que de caricias o jugar con nosotros. Tengo mejores recuerdos de mi abuela Joaquina Burriel que cuando nos acostaba nos daba galletas y chocolate y nos arropaba con la manta.

– Ahora que nombra a su abuela, ¿Qué relación tenía con el farmacéutico que había en Pancrudo?

– No lo sé, la verdad, yo si que en mi casa siempre he visto los tarros esos, como vasijas de cerámica, de esas que usan en las farmacias ¿sabes el armario empotrado que aún tenemos en nuestra habitación?, pues era así con estanterías y allí estaban esos botes muy bonitos.

– Vale, ¿ se acuerda a qué jugaba de pequeña?

– Jugábamos a los pitones, a la comba, a pillar… éramos muchas amigas; Rafaela, Antonia, Anita Fortea, otra hermana del tío Hilario que se llamaba Joaquina, muchas… íbamos a la escuela, una clase para chicas y otra para chicos. Los primeros años fui con una maestra que se llamaba Doña Isabel. Nos tocaba barrer la escuela y encender la estufa por turnos. Las más mayores nos enseñaron que la maestra guardaba las cuentas hechas en una libretica en el cajón de su mesa, así que la semana que nos tocaba barrer siempre teníamos las cuentas bien hechas, pues nos copiábamos los resultados.

– ¡Mira qué tunas!. Bueno y de mozas ¿cómo se divertían?.

– Íbamos de paseo y a jugar a la era de los Chinchillas (donde tiene la nave ahora Carmelo) jugábamos al corro, venían los mozos a meterse con nosotras y cantábamos una canción:

A la era de Chinchilla
ya no vamos a jugar
porque muchos de los mozos
nos vienen a estorbar.

Con su cigarro puro
vienen a presumir
mas vale que les dieran
un palo en la nariz.

Que les digan a sus padres
que les den educación
que nosotras somos chicas
de muchísima razón«

Luego estaban las fiestas de los Santos en enero y la Magdalena en julio que nos lo pasábamos muy bien. Para carnavales siempre había alguien que se disfrazaba y las mozas teníamos que correr para que no nos mascararan. Los mozos se ponían unos pellejos en las manos y los untaban con sebo de carro; algunos se ponían cristales rotos y si te cogían la cara te puedes imaginar como te dejaban. Mira cuando nació Modesta, tu prima, fuimos a lavar a las Fuentes del Prao, por la escalera con las cestas de la ropa, no se si te acordarás pero antes íbamos a la balsa del Prao a lavar, que siempre estaba el agua más templada que en el lavador; bueno pues aquel día, a lo que volvíamos, venía a buscarnos Leoncio Escriche, si el padre de María y Laura, para mascararnos. No me acuerdo si lo consiguió o no.

Los domingos íbamos al baile, de más jóvenes en casa del tío Blas y luego en casa de los Roques. Se tocaba con una gramola. Había una canción, un pasodoble que era algo así: “La perrita de Doña Dolores y el perrito de Don Sebastián…, ta, ra, ra, ra, ra, ra, ra, ra, rá.” (y tararea la canción).

También venían comediantes y lo pasábamos bien. Traían aquellas cancioneros que estaban las letras de las canciones más de moda.

– Su padre se volvió a casar y tuvo más hermanos, ¿no es así?.

Si, al poco de morir mi madre, mi padre se casó con tu tía Isabel Pérez y nacieron 5 hijos más, dos que murieron de pequeños una chica y un chico, el chico en la guerra, en Orrios, y los tres que quedan Miguel, Antonio y Ana Mari.

Cuando nos evacuaron, en febrero del 37, nos fuimos a Orrios, como la tía Modesta, la suegra de mi padre, tenía a su hermana Irene, tu abuela, en Orrios nos fuimos allí. Por eso conocí a tu madre y a toda tu familia. Aun me acuerdo de las jotas que cantaba tu bisabuelo Serafín, el Cachumeno.

En Orrios estuvimos hasta casi terminar la guerra, que pudimos volver a Pancrudo, creo que era en invierno del 39. En Orrios yo cogí el tifus y mira si estaría malica que mi hermano que estaba a mi lado y murió, también del tifus, no me enteré hasta que lo metían en la caja. Cuando volvimos a Pancrudo estaba todo destrozado, en la mayoría de las casas no había puertas ni ventanas, pues las habían quemado durante la guerra para calentarse.

– Yo tengo una curiosidad, ¿ se acuerda de cuando se quemó la Virgen de la Palma?.

Sí, cuando nos evacuaron, la llenaron de trigo que aun estaba todo sin trillar, y para que no se lo quedaran los otros, lo quemaron todo y en la Iglesia sacaron las ropas y los santos y en el Porchegao le pegaron fuego, yo dormía con la tía Emilia y como la casa estaba tan cerca, nos enterábamos de todo, veíamos como lo bajaban luego calle abajo hasta el río, ella no hacía más que llorar, además aquellos días había unas tormentas de miedo, no hacía más que tronar. Tu tío Pedro estaba en la guerra, fue de sanitario que decían, para poner inyecciones y eso. En nuestra casa  también había un crucifijo, de mi madre, lo cogió la tía Isabel y lo escondió en la bodega con el montón de patatas, pero cuando volvimos no había ni patatas ni crucifijo, alguien se lo llevaría. No sólo eso, no había herramientas para labrar, sin machos, ovejas pocas, hambre mucha y nada todo así, eso es la guerra, como todo lo que está pasando ahora en Irak, las guerras son eso, miseria y destrucción.

– Pero usted si que pasó un tiempo de guerra en Pancrudo y tengo entendido que iban a coser, ¿no es así?.

Claro, hasta que nos evacuaron. Al poco de empezar la guerra formaron un Comité, que tenía la sede en casa de la tía Botiguera, donde vive ahora Consuelo Ejarque, fueron por las casas requisando de todo, aceite, harina… hicieron el matapuerco en comunidad y en fin, trataban de que todos se estuviera revueltos, pero a los del pueblo no les parecía bien puesto que era quitarles todo lo de ellos. Las jóvenes teníamos que ir a coser ropa para los milicianos y sus mujeres. No nos daba mucho gusto, pero no podíamos hacer otra cosa.

– Bueno, vale de guerras y vamos a casarlos ya. Tío Benito ¿qué le dijo el Tío Antonio cuando le pidió la mano de la tía Joaquina?

(Aquí van hablando los dos a la vez). Ya no me acuerdo, pero la cara no la puso muy buena, no le venía bien que se casara conmigo y de hecho no quería venir a la Iglesia ni nada, pero el tío Pedro y el tío Pascual Tolosa de Corbatón lo hicieron ir.

Queríamos casarnos nada más pasar Reyes, pero cayó una nevada muy gorda y no podían ir a por los vestidos que nos los habían hecho en Las Parras, como era una doble boda, la tía Rafaela y el tío Juan José y nosotros. Así que cuando se pudo ir trajeron los vestidos y nos casamos el día de San Valero.

De viaje de novios fuimos a Barcelona, nos llevó Máximo con el carro a Vivel y allí cogimos el tren hasta Zaragoza, fuimos a la posada San Juan y fíjate tu que aquella noche se había ido la luz y cena tampoco tenían preparada así que unas longanizas que nos había puesto la abuela, la madre de Benito, nos las comimos para cenar. Al otro día nos fuimos a  Barcelona y por allí estuvimos una semana.

Cuando volvimos vivimos con mis padres (Antonio e Isabel) hasta que ellos se hicieron la casa de abajo, mi padre me dio las tierras que me correspondían de mi madre y con unos machos que le dieron al tío Benito empezamos. Las ovejas me las llevaba mi padre –dice el tío Benito– hasta que ya fueron grandes los hijos y yo fui de pastor y ellos al campo.

– Bueno, pero hasta eso falta mucho tiempo. Primero serían pequeños. ¿Cómo eran los tiempos en que los criaron? Yo sé que usted tenía agosteros y alguien que le ayudaba, pero a la tía Joaquina ¿quién le ayudaba en casa?

– Considera, nadie, como a tu madre, me arreglaba como podía. – el tío Benito tercia– Bueno algunas veces te ayudaban, un verano estuvo la “fulanita.”

– Sí, pero eso es porque estuve mala, cuando nació José María.

– Bueno si llegaba a llevar agua o estas cosas, pues iba, o si le ayudaba a llevar la cesta al horno –repite el tío Benito-.

– Sí, pero eso no cubica nada –dice la tía Joaquina– que te levantabas por la mañana y empezabas a arreglar a los animales y a preparar el almuerzo antes de que se levantaran los demás y mira lo que no se hacía antes después, no te digo cuando había que masar o ir a lavar al lavador, que entonces no teníamos lavadora como ahora y eso que en nuestros tiempos no se colaba como hacía tu abuela Irene que aún me acuerdo cuando se ponían en el corral de abajo a colar. Y cuando te tocaba ir al horno, pues madrugar para que cuando llegara el almuerzo estar el bollo ya en casa. El día de antes teníamos que ir a por vez, que siempre era con la hora solar, pues cuando hicieron el horno nuevo, no cabían más que tres masadas cada vez, que antes cada una iba cuando quería, pues era más grande. Antes de ir al horno, si se iba bien de tiempo, pues hacíamos tortas de sartén que les gustaban mucho a los chicos. Para el horno los hombres también ayudaban porque cada cierto tiempo te tocaba calentar el horno y ellos hacían la leña y la llevaban para que la hornera la echara, ese día te tocaba estar de poyera, esto es que cada mujer contaba los panes, de cada cuarenta, pagaba un pan para la hornera y otro a la poyera, si por un casual no podías estar, cada mujer te lo dejaba en tus mandiles. De las pastas te daban una de cada trentena.

– Todo esto sin dejar de criar a los hijos ¿no?

Sí, claro. En Marzo del 46 nació Esteban, el primero y luego José María, Fidel, Pili y Maribel. Cuando eran pequeños tenía mucho trabajo y eso que yo al campo no iba mucho, a regar a la fuente Gimeno algunas veces, a coger judías, berzas… pero ya sabes que entonces no venían a vender cosas como ahora, así que te tenías que arreglar con lo que había en casa, criábamos conejos, pollos, matábamos ovejas y se escabechaban, o cuando se reventaban en el ganao que había que aprovecharlas, se mataban cerdos, cada uno los que podía y se hacía el mondongo para todo el año, se escaldaban judías para el invierno, pues entonces no había verdura. Las pastas las hacíamos en el horno para las fiestas, los bautizos y las comuniones. Las madalenas esas que te gustaban a ti, unas las hacíamos pesadas y otras, que cundían más, era: docena huevos, kilo de azúcar y litro de leche, también hacíamos mantecaos, con la manteca del cerdo, galletas, que se hacían con la capoladora y tortas casi cada vez que masábamos.

Bueno pues las gachas, que preguntas, las hacíamos cuando nevaba, para almorzar por la mañana, se pone agua a hervir con sal y se va echando harina despacio y dando vueltas deprisa con la rasera para que no se hagan grumos, se fríen trocicos de papada y se echan con el aceite y luego a comer todos a rancho de la misma sartén.

En el matapuerco nos juntábamos una buena cuadrilla para la cena, todos los de la casa y los que venían a ayudar, que luego, claro, tenían que cenar. Para almorzar se hacían patatas secas y fritada de la papada y panceta y eso, y luego para la cena, judías escaldadas, un buen guisao de pollo o conejo y alguna longaniza de las recién hechas asadas, luego café o té y alguna pasta.

– Claro en su casa como en la mía, con tanto chico, lo de bautizos y comuniones tocaba casi cada año ¿no?.

Pues sí, pero no creas que se celebraba como ahora. Para los bautizos se tiraban caramelos a los chicos que acudían y como había muchos no se si les llegaría a todos, el que fuera más pito cogería más y los demás mira… ¿Lo que se cantaba? “bautizo cagao, que a mí no me has dao, coger el muchacho y tirarlo al tejao”. Los caramelos, generalmente, los tiraba el padrino y unas veces había más y otras menos –dice el tío Benito– En algunos hasta se hacía chocolate.

(cuando canta esto la tía Joaquina, está presente su nieta Sara y nos mira asustada con eso de tirar el chico al tejao, así que le decimos que era de broma, que no lo tiraban nunca y se queda más tranquila)

La verdad que se han criao bien todos los hijos y trastadas, que dices, más de una  han hecho pero no creas que me acuerdo ya. Cuando iba a nacer Maribel tu madre bajaba a Misa el día de la Magdalena y como yo me quedaba en casa me dejó a tus hermanos y como eran tan movidos Fina se subió por arriba, con alguno de los míos y cuando me di cuenta de que estaban tan callaos, me habían revuelto todos los cajones.

Cuando Esteban tenía un año y poco más naciste tu y como eras muy llorona tu madre te subía a que te diera teta y así te callabas un poco.

– Y a alguno más yo veía que a muchos, que tenía mucha teta ella, – dice el tío Benito– también a Pedrico el de tu tía Josefa, le daba alguna vez.

Una vez que la Pili era pequeña, la dejé en la cuna y me fui a regar unas coles a la Fuente Gimeno, Esteban se quedó a cuidarla y Ernesto también estaba, pero se pusieron a jugar y gracias que subió Ana Mari. Había comprao una garrafa de anís a uno que venía de Fuentes y me la dejé en las escaleras del granero, no se que pasó que Esteban la vio y se enganchó a ella y cuando llegué Ana Mari lloraba que la chica estaba llorando y el muchacho con una borrachera.

Otra vez, la tía Prudencia, la Garzona, había echao lejía en una jarra, para limpiarla, ya sabes que a veces se hacía, y la dejó la mujer sin darse cuenta, llegó Esteban y creyendo que era agua se echó un trago, menudo susto nos dio, mira no le pasó nada de milagro.

– Vamos a ver,  tío Benito, que lleva mucho rato callado. De las faenas de la casa ya vemos que no mucho, como todos los hombres de su época, pero del campo y las ovejas le tocaba bastante ¿verdad?.

Pues sí claro, así es como se hacía entonces, las mujeres en casa y los hombres al campo. Yo al principio tenía tres machos y el ganao me lo llevaba mi padre. Teníamos una segadora y luego enseguida nos compramos una atadora, pues las garbas eran más manejables que los fajos y como con mis hermanos nos compramos una trilladora, se adelantaba más. El tractor no me acuerdo cuando lo compramos, pero mira Esteban aun no había cumplido los 18 años, que lo llevaba sin tener el carnet y teníamos miedo no lo cogiera la Guardia Civil, era el Super Ebro, fue de los primeros que llegaron al pueblo, lo trajeron los Zurriaga de Teruel y estuvieron unos días enseñando a Esteban a manejarlo, yo nunca lo llevé. Entonces ya se encargaron ellos de la tierra y yo me puse con el ganao, la verdad que más tarde, alguna vez me penó de no sacarme el carnet.

Cuando Esteban se fue a la mili José María se sacó el carnet. Claro que se adelantaba mucho más con el tractor, con los machos si se sacaba un vagón de trigo para llevar al almacén, ya era buena cosecha, pues con los animales en casa se sembraba también avena y cebada.

Ratos libres, dices, pocos nos quedaban, pero íbamos al bar, a casa de la tía María o casa de los Roques, en los primeros tiempos. Pero no creas que quedaban muchos ratos.

– Y ya llega el tiempo en que los hijos empiezan a salir de casa, ¿los primeros no quisieron estudiar?

Entonces había más necesidad que ahora. Esteban si que le hubiera gustado y además hubiera sacado lo que hubiera querido, porque era el que mejor iba, pero tenía que ayudar en casa. Luego José María, al irse Esteban a la mili, le pasó otro tanto. El primero en salir fue Fidel, a la Salle en Teruel
– La Pili lloraba que quería estudiar – dice la tía Joaquina – y a mí me venía bien una ayuda, pero como insistió, luego hablaba contigo y la convenciste para venir a Zaragoza, así que empezó en el colegio que estuviste tú, en La Sagrada Familia, vivía con mi padre y la tía Isabel y tu hermana Irene, que también estuvo allí.
El tío Benito dice aquí– Mira lo que son las cosas, tan mala cara que puso el tio Pedrotes cuando nos casamos y luego lo que quería a los nietos, se portaron muy bien con Pili, bueno y con todos.
-Continua la tía Joaquina– Luego Maribel, como era la pequeña la aguantamos lo que pudimos pero como sus hermanos ya estaban en Zaragoza al final también se vino.

Enseguida el mayor se echó novia y se quería casar, a buscar piso, ya se vino a trabajar a La Casera y así poco a poco hasta que nos fuimos viniendo todos, aunque nosotros  tardamos algunos años.

– Bueno pero ahora están todos bien situados y ustedes contentos ¿no?.

Si, Esteban se casó con Carmina, de Cervera, y tiene dos hijos, ya son grandes y llevan su vida, Chema y Sergio. José María, se compró un taxi y trabaja aquí y cuando el campo lo necesita en Pancrudo pues allí va. Fidel se casó con Manuela y tiene también dos chicos, Javier y Alberto, y trabaja en un Instituto de profesor de ciencias. Pili hizo medicina y estuvo unos años por los pueblos de por allí y luego en Alcañiz, pero sacó la especialidad de dentista y ahora tiene una clínica (Sí, claro ya lo sé, me parece que se conoce todas las bocas de Pancrudo). Y Maribel trabajó unos años en una casa de fotografía y cuando Pili se puso la clínica se puso con ella y así están, también se casó con Jerónimo, de Cervera, y tienen una chica, Sara, que es el juguete de la familia.

Ahora hemos arreglado la casa del pueblo, lo de abajo, que lo de arriba ya hace mucho que estaba arreglado, y hemos puesto la calefacción y así cuando vamos en el invierno se está muy bien.

En verano, se está mejor en Pancrudo, y además está todo más animado, es verdad que los de la Asociación trabajáis de lo lindo y se nota. Nosotros ya no podemos colaborar como cuando éramos jóvenes, pero en fin en lo que podemos, como el Día Gastronómico aun contribuimos.

Pues muchas gracias por su paciencia y buenos recuerdos.

Sentimos mucho que el tío Benito no pueda leer todo esto, pero estamos seguros que estaría muy ilusionado. Sirva pues como nuestro homenaje a un hombre que vivió los mejores años de su vida en nuestro pueblo.