El Rincón del Abuelo. El tío Julio

El Rincón del Abuelo. El tío Julio

Por Pascual Tolosa Sancho, Miguel Tolosa Ibáñez

En este apartado de la revista queremos rendir tributo a todas aquellas personas mayores, ofreciéndoles con una entrevista el respeto y admiración que se merecen, no solo por su edad, sino por toda una vida, en la mayoría de los casos, dedicada a Pancrudo. En esta ocasión se trata de un homenaje (o recuerdo) póstumo, ya que el tío Julio murió en 1.981.

El “tío Julio”, Julio Lario Miedes, era una persona de semblante alegre, fuerte, no gordo, nariz acusada y voz fina que parecía no corresponderle a la corpulencia que mostraba. Nació y vivió en Pancrudo hasta cerca de los 80 años, trasladándose posteriormente a Teruel al asilo de ancianos donde murió en el año 1.981.

Fue un hombre “famoso”, cada día creaba expectación con lo que hacía. Era soltero y tenía fama de trabajador y buen agricultor, aunque también era jugador. Los últimos años de su vida en Pancrudo vivió de modo miserable en unos cubiles poco dignos para cualquier persona, sin embargo, logró sobrevivir sin perder el buen humor y las ganas de trabajar en la cerradilla.

Por último, fue a Teruel al asilo de ancianos donde murió en el año 1.981. Aún allí, según contaron, en su vejez tranquila, sobre un montón de tierra consiguió sembrar una levada de patatas. Hombre como él no ha habido otro en esta tierra.

Hace ya bastantes años (a finales de los años sesenta), nos juntamos, como en otras tantas ocasiones, Esteban Garzón, el tío Julio, Ramiro Simón y yo, Miguel Tolosa. Era por la noche y estábamos echando unas copas como cualquier otro día y medio en broma empezamos a hablar de todo lo que el tío Julio había hecho a lo largo de su vida. Él se partía de risa y nosotros también. Le dije aquella noche que si yo vivía algunos años escribiría una buena parte de lo que él fue y de sus aventuras.

Pues bien, hoy,  me he animado a escribir algunas de ellas.

El tío Julio nació Pancrudo a finales del siglo pasado, aunque no conocemos la fecha con exactitud dado que no tiene parientes aquí en el pueblo, ni en las cercanías que nos lo puedan confirmar. La hacienda de sus padres, que eran agricultores, fue una de las más importantes de esta tierra, buena tierra y muy buenas caballerías. (estamos hablando de principios de siglo, antes de la guerra civil -1936-). Su casa, que constituía en sí misma una gran manzana, estaba limitada por la calle del Sol, la calle Mayor, la calle Cañizos y el callejón de casa de Toran (lo que actualmente son las casas de Jenaro y de las hermanas Sancho Martín).

Su familia fue comerciante de cereales, lana de ovejas, etc. y los hermanos del tío Julio, hombres dispuestos para todo, un buen día pensaron vender la hacienda y marcharse a Argentina. Allí, según se contaba, hicieron grandes fortunas.

El tío Julio se quedó en Pancrudo. Como habían vendido la hacienda, él no tenía más que dos fincas que le correspondieron. Esto fue por los años 1.929-34. Entonces el tío Julio, que era joven y se había criado en la agricultura, se echó un par de toros y se dedicó a labrar de nuevo, cogiendo tierras en aparcería. Por cierto, que un año tenía tierras de veintidós casas en arrendamiento. Fue un hombre muy fuerte, de una gran naturaleza y sano; lo mismo le importaba no comer en todo el día como comerse dos kilos de carne de una sola vez.

En el Cerrado Largo, ahí en la partida de El Valle, se le oía cantar, siendo ya de noche, mientras araba de punta a punta del campo. Si algo le caracterizaba era la enorme ilusión por el trabajo. Por el trabajo bien hecho.

Sin embargo, el tío Julio también era aficionado a los juegos de cartas y alguna vez ganaba y muchas perdía. De hecho, el juego le llevó a vender (o mal vender) poco a poco sus propiedades.

(Llegó el año 1.936 y se desató la guerra civil española, el pueblo entero entró en la catacumba. Borrón y cuenta nueva, porque la guerra solo fue buena para unos pocos. Todos sabéis lo que ocurrió en el año 36, yo tenía siete años pero me acuerdo de todo, toda mi vida).

A partir de año 1.939, en que acabó la guerra, el tío Julio se dedicó a vender carne, naranjas, frutas de todas clases, compraba pieles, chatarra, etc.

(Pero como los chicos somos -o éramos- tan «malos», después de venderle los hierros, cuando se descuidaba, se les robábamos y se los vendíamos otra vez. Total que le fastidiábamos las ganancias).

El tío Julio era un señor, sacaba dinero de donde no lo había, era muy vividor. Se compró una vaca para ir a los pueblos a vender toda clase de comestibles y frutas; compraba pieles de oveja, de conejo, huevos, etc. A esta vaca le ponía una albarda como a las caballerías, un serón y unas riendas, y a vender a los pueblos, además montaba en ella. Julio nunca tenía miedo a los animales, fue luchador y valiente.

(Albarda: pieza principal del aparejo de las caballerías de carga, que se compone de dos a manera de almohadas rellenas, generalmente de paja y unidas por la parte que cae por el lomo del animal.
Serón: Especie de cesta de esparto, más larga que ancha, que sirve regularmente para carga de una caballería.
Riendas: Cada una de las dos correas que, unidas por uno de sus extremos a las camas del freno, lleva asidas por el otro el que gobierna la caballería).

Los años pasaban, y el tío Julio dejó de ir por los pueblos a vender mercancías, aunque seguía comprando pieles y hierros. En numerosas ocasiones se ofrecía de jornalero en diferentes casas, lo que le permitía sacar algún dinero para ir viviendo, ya que él jamás le tenía mideo al trabajo.

Poco a poco el tío Julio, que era soltero y vivía solo, se iba haciendo mayor. Habitaba en una pequeña dependencia que le quedaba de su casa original. Se dedicaba a cultivar el huerto y, dentro de su pobreza, ofrecía y daba de su verdura a la gente. Cultivaba una parcela en las cerradillas y en ocasiones el agua escaseaba pero el tío Julio con paciencia se iba arreglando pequeños canales para que llegase. De vez en cuando se le veía con la guadaña desbrozando las hierbas de las orillas de la senda del rio de las Dehesas, que a todos beneficiaba. No era un hombre solitario, le gustaba la compañía. En la foto de la izquierda se le ve con la familia Domino Ejarque, a la que le unía una buena amistad.

A su vez, era un hombre cuidadoso, recuerdo que en invierno, cuando las calles estaban cubiertas por una placa de hielo que no se podía ni transitar, el tío Julio cogía un caldero lleno de ceniza de la estufa y lo esparcía por los pasos de algunas calles para que se pudiese pasar sin peligro. Esto lo hacía en numerosas ocasiones. También recuerdo cuando iba a buscar caracoles, que siempre solía llenar el caldero y luego los daba a la gente.

El tío Julio, habiendo pasado de la riqueza en su juventud a la pobreza en la vejez, nunca dejó de ser bondadoso y rara vez se le veía triste, era hombre de carácter alegre. Sin embargo, en los últimos años de su vida en Pancrudo no le faltaron motivos para estarlo. A falta de dinero y familia, estuvo viviendo en un cubíl poco digno para ningún ser humano, en el semisótano de la casa que el ayuntamiento tiene en la calle del Castillo. Era un lugar húmedo y sin ningún tipo de acondicionamiento, donde él tenía un camastro fabricado con un somier de alambres y un colchón formado por ropas viejas.

Creo que ha llegado el momento de que todos reflexionemos por qué se dejó llevar a una persona a esa situación de abandono. Todos nos debemos de sentir un poco culpables de la misma. Ojalá ya no se repita nunca más con nadie. A finales de los setenta fue llevado al asilo de Teruel, donde fallece en 1.981. Durante los años que allí estuvo, se escapó en alguna ocasión y regresó al pueblo, si bien, de nuevo se llevó al asilo. Se resistía a estar «enjaulado», ya que su pensamiento estaba en Pancrudo, pero evidentemente estaba mejor atendido que en su habitáculo anterior.

Pero, quizá, una de las razones por la que más se le recuerde, sea por la «tozuded» en la consecución de sus objetivos. Así se pueden recordar, contado por los mayores de sus «hazañas» allá por los años treinta, cuando era joven,  pasajes tales como el gran viaje de paja que llevó a Teruel, el acarreo de toda la miés de la quincha en una sola carretada, la atascada con el carro en el Cuadrón Royo, etc.. También por los años sesenta, con muchas «rosadas a sus espaldas» fue el protagonista de diversas «historias de aventuras». A continuación vamos a contar dos pasajes de la vida del tío Julio, una de su juventud y otra de la vejez.

El tío Julio y el Jabalí (1929-30)

Un día del año 1.929 un señor de Pancrudo vio un jabalí en el cerrado de La Cañadilla, perteneciente al señor Mariano Cortés, en la parte de arriba, allí donde siempre hay junqueras. Este señor, que nunca he sabido quién fue, marchó al pueblo a avisar a la gente y, bueno, se preparó un movimiento que ni en una guerra.

(Este jabalí se suponía que había sido expulsado de alguna manada después de haber librado riña. El jabalí  era viejo, pesaba noventa y cuatro kilos).

Paraje de Las Dehesas. La Tejería y el Colladillo

El pueblo, como os he contado, se movió mucho; unos llevaban palos, otros horquillas del “fiemo”, escopetas y alguna pistola. También acompañaban, en la jauría improvisada, casi todos los perros del pueblo. Bien pues, cuando el jabalí brincó de la junquera en la que estaba, aquello parecía una guerra, ¡míralo, míralo! – gritaba el gentío- . Todos corrían, los perros locos, todos ladraban. El jabalí al ver tal despliegue de gente y animales cogió carrera hacia El Colladillo. Todos detrás, perros y gente, aquello era emocionante.

Una vez en El Colladillo, tomó camino hacia Los Poyales. Cuando llegó al corral de Los Benedicto estaban con los ganados Demetrio Martín y Pedro Tolosa. Este último, cuando vio que el jabalí se dirigía hacia ellos, se subió a la pared del corral; el otro, permaneció en el raso del corral. En esas que llega el jabalí, desbocado, mete el morro por debajo de las piernas de Demetrio y éste, que saltó por los aires, fue a parar al suelo, recibiendo un buen trompazo. El jabalí, tan asustado o más que ellos, siguió camino hacia El Reguero de Los Benedicto y del propio tío Julio (ahora de Los Garzón).

La gente, toda detrás, iba siguiendo al jabalí. Ya estaba a punto de alcanzar al jabalí, que mucho no corría pues ya antes con las escopetas tiro va, tiro viene. Sin embargo, como era tan viejo y tenía la piel tan dura, los perdigones no le debían de hacer mucho daño, así que el jabalí continuaba hacia delante. Cuando éste se metió por el centro del Reguero, no podían verlo por ningún lado. Por éste bajaba agua de una fuente que brota en su cabecera. Por allí comenzaron a buscar Benito Campos Ibáñez y el tío Julio.

Barranco de El Reguero, en los Poyales

Este dijo – Benito, Benito,… por aquí baja el agua turbia, a debido pasar el jabalí, ven aquí – . En ese mismo momento se presenta delante del tío Julio el jabalí de frente. Este arremetió contra él y con el hocico le cogió de la parte de abajo del pantalón y también los calzoncillos y los rasgó de abajo a arriba; sólo le quedó sano al tío Julio el monedero (aquél día el tío Julio nació). Sorprendido de este modo, cuando Benito llegó hasta donde él estaba, exclamó ¡ay Benito, de la que me he escapado!.

A partir de entonces, el jabalí ya estaba casi acorralado y todo era disparar con las escopetas, pero como eran de perdigón no acababan de matarlo. La gente gritando, los perros ladrando. El jabalí, aún en pie, pilló solana de Los Poyales abajo hacia El Reajo. Por allí lucharon mucho hasta que al final, un señor que llevaba una pistola le dio un tiro en el oído y el jabalí murió.

(Si aquel día el jabalí hubiese tenido los colmillos menos retorcidos – ya que era viejo -, hubiera habido alguna desgracia).

El resto del día ya fue fiesta. Se llevó el jabalí al pueblo, se “espelejó” y al día siguiente se guisó para todo el que quiso comer. Entre comida y vino se pusieron todos como tontos. También se entonaron jotas.

Y esto es lo que ocurrió en el año 1.929 con el dichoso y valiente jabalí.

El tío Julio, jinete (1965-70)

Hace ya bastantes años (30 años atrás) cuando el tío Julio estaba todavía más o menos bien (se ayudaba de un garrote para andar), con cerca de 70 años a sus espaldas, decidió ir hacia la partida de La Castellana montado en un mulo, donde estaba haciendo caño yo, Miguel Tolosa.

Se acercó por mi casa, pasado el mediodía, a pedirle el mulo a mi mujer, Encarna, aún a sabiendas de que le pondría inconvenientes. No obstante, como era ciertamente tozudo consiguió el animal deseado. Se llamaba Hortelano, era viejo y algo asustadizo. Montó a pelo sobre el lomo del mulo y lo dirigió, cogido de las riendas, hacia La Castellana.

De la Fontvieja hacia el Chorredor

Como decía, ya era pasado el mediodía, a primera hora de la tarde cuando emprendió la marcha. Había traspasado el puente Belén y la Font Vieja y al acercarse a lo alto del Chorredor el jinete, a lomos del Hortelano, se vio sorprendido por un camión que se dirigía hacia Rillo. Éste, antes de llegar a la altura del tío Julio, hizo sonar la bocina para avisarle.

En ese momento se desencadenó la furia del mulo y emprendió a galope hacia El Collado. El jinete comenzó a “levitar”, solo le unía a la bestia el ramo del ranzal, el cuerpo flotaba en el aire. Pero la experiencia carretera del tío Julio le hizo aferrarse al ramo, y mientras le gritaba al mulo, algo asustado, ¡soooooo!, ¡soooooo!, con el garrote cogido por la punta intentaba introducir la vuelta del mismo en uno de los orificios de las narices del macho. Tras varios intentos y después de muchas culadas en los lomos del animal, consiguió hacer diana e introducir la vuelta del garrote en las narices.

Afianzado el enganche, estiró con fuerza hacia atrás, a la vez que hacía lo mismo con el ramo sujeto por la otra mano. El mulo no pudo con la astucia del jinete y finalmente paró. Una vez serenado el ánimo, jinete y bestia, ambos con enorme sudor, andando llegaron a La Castellana para ayudar a hacer el caño.

Al llegar, le pregunté: ¿Julio cómo es que vienes andando con el mulo del ramo, si siempre vienes a caballo?. Calla – respondió él – poco más y me mata este animal. Me contó lo referido anteriormente y añadió “ya no he visto más la gorra que llevaba”.