El Rincón del Abuelo. Rosario Escriche Gracia

El Rincón del Abuelo. Rosario Escriche Gracia

Por Santiago Salvador Lahoz, Pascual Tolosa Sancho

 

En este apartado de la revista queremos rendir tributo a todas aquellas personas mayores, ofreciéndoles con una entrevista el respeto y admiración que se merecen, no solo por su edad, sino por toda una vida, en la mayoría de los casos, dedicada a Pancrudo.

Nuestra anfitriona en este primer número de la revista va a ser la tía Rosario.

Rosario Escriche Gracia nace en Pancrudo en el año 1.906, en la calle del Sol nº 13. Sus padres son Miguel (pastor, procedente de Camarillas) y Julia (procedente de Montalbán). Tiene dos hermanos, Palmira y Francisco, ambos fallecidos. Realiza estudios primarios en Pancrudo.

Vive en Pancrudo toda su vida, a excepción de los años de la guerra, durante los cuales tiene que recorrer parte de la geografía española, fundamentalmente del Levante.

Se casa en Pancrudo a los 20 años con Victoriano Gómez Guillén. Tienen dos hijos, Miguel e Ignacio, éste último muere joven. Victoriano muere en 1.969. Actualmente vive con su hijo Miguel y Modesta, su mujer. Tiene una nieta, Pilar, y un biznieto, Ruben.

A sus 91 años es la más abuela de Pancrudo y, posiblemente, la más feliz también.

A continuación vamos a transcribir la conversación mantenida con la tía Rosario. Debemos señalar que padece de sordera y, dada su avanzada edad, ha perdido algo de memoria por lo que la biografía que, más o menos, recogemos a continuación va a presentar algunas lagunas. A pesar de todo eso, la vida que transmite su mirada y la sonrisa que desprenden sus labios son un bien que vale la pena disfrutar.

Rosario, ¿qué recuerdas de tu niñez?.

Mis mejores amigas eran la tía Josefa, Victoria, Isabel y las hermanas Ejarque (Rafaela, Pilar y Consuelo).

Recuerdo cuando iba a segar al campo en verano con mis padres; yo hacía “gavillas”, otras veces iba a “espigar”. Por entonces también había sequía.

Cuando tenía unos 10 años fui una vez a Zaragoza, tuve que coger el “correo” hasta Vivel del Río y allí cogí el tren que llevaba a Zaragoza.

A los 14 años me hicieron cortar el pelo de largo que lo tenía, casi no me podía peinar. De joven era morena y llevaba el pelo recogido en trenza o en moño.

Por San Juan los mozos iban a rondar las casas de las chicas y muchas veces me ponían “ramadas”.

¿Cuándo te casas, cómo es la vida de la época, qué faenas haces?.

Me caso en Pancrudo, de 20 años, con Victoriano, también de Pancrudo. En la misma Misa se casa mi hermana Palmira, ella con 22 años. Mi marido era esquilador de mulas y ovejas, más tarde fue labrador. Pasamos a vivir a la casa de la calle del Sol nº 5.

El pan, una vez que se molía el trigo, se hacía en el Horno de Pancrudo. Había que pedir vez y se iban dos casas cada turno, la frecuencia venía a ser de 1 día de cada 8. El pan de ahora es mucho mejor que el de antes, entonces era de harina con salvado.

También cosía. Iba a coser a varias casas del pueblo, entre ellas a casa de “Los Toranes” y a casa de “Los Isaques”. En esta última casa estuvo mi padre de pastor. Recuerdo que cuando me casé mi abuela me compró una máquina de coser, a plazos. Ella me pagó el primer plazo, el segundo lo pagó mi madre.

Aunque yo sabía coser, no sabía cortar los patrones de tela, entonces, una hermana del tío Julio me enseñó a tomar medidas. Yo me hacía la ropa.

¿Cómo viviste los años de la guerra?.

Una vez que se declara la guerra, mi marido es obligado a ir al Ayuntamiento de Secretario para escribir y ayudar a la organización del pueblo; para aquellos tiempos él era muy listo.

Conforme seguían los acontecimientos de la guerra, tuvimos que marcharnos del pueblo, era el día 28 de febrero y todo estaba nevado. Mi marido se llevó con él la máquina de escribir del Ayuntamiento y el caballete. Fuimos a Mezquita de Jarque a casa de una prima hermana de su suegra. De allí fuimos a Valdeconejos a recoger a mi hijo de siete años, que lo tenía mi suegra (había ido a ayudar a matar los cerdos). De allí a Camarillas, a Ejulve y a las Parras. En las Parras, la casa en la que estábamos se encontraba completamente acribillada de balazos. Tuvimos que huir como pudimos, yo y mis hermanos nos fuimos por el río y mi marido, que llevaba una pierna mala, con mi hijo Miguel se fueron

al derecho para subir hacia Valdeconejos. Fueron localizados y los ametrallaron pero tuvieron suerte y no les dieron. Una vez que llegaron al alto y pasaron al otro lado de la montaña ya cesó el peligro y llegaron hasta la ermita de San Juan. De Valdeconejos fuimos  a Molinos y de aquí hasta Morella (Castellón), en total 20 personas, todas de la familia.

En Morella nos acogió en una masía una señora que se encontraba sola, sus hijos se habían marchado al “frente”. En principio no quería diciéndonos que los cerdos estaban rabiosos (era mentira) pero, tras hablar con el alcalde, consintió. En esta masía estuvimos ocho días durante los cuales se cavó el huerto y se arregló. Al marcharnos, la dueña lloró.

De aquí pasamos a Valencia ya que en la masía y en Morella tenían que alojarse “fuerzas y municiones”. La marcha tenía que hacerse de noche ya que por el día un bombardero de las fuerzas nacionales ametrallaba a su paso. Fuimos al pueblo de Benifayo, donde nos dedicábamos al cultivo de la naranja y a llevar el producto al mercado de abastos, hasta que un día, cuando nos mandaron al tren a recoger municiones, la aviación empezó a bombardear; poco más y no salen ni los carros ni nosotros. Más tarde pedimos el traslado de Valencia. Llegamos a Albacete donde pasamos ochenta días segando. Después tocaron las quintas y unos hombres se fueron al “frente” y otros (mi marido) a Cartagena. En Albacete nos alojamos en el barrio que llamaban de Tinajeros. Allí nacieron dos chicos, “salimos de Pancrudo con dos carros y veinte personas y volvimos con veintidós”. En Tinajeros estuvimos viviendo en una especie de cortijo que le llamaban la Casa del Olmo. En este barrio había gente de todas partes y un camarero de Castellón que sabía cantar jotas decía:

 

Cuando yo era pequeñito
a Tinajeros me llevaron
por una maldita guerra
que los fascistas armaron
Al entrar en Tinajeros
lo primero que se ven
son los pozos de sacar agua
y suda si quieres beber

 

Aquí en Albacete había unos hombres muy serios, daba miedo verlos pero se portaron muy bien con nosotros. Una vez acabada la guerra, nos hicieron un “vale” para poder ir hasta Pancrudo, pasando por Cuenca.

Mi suegro, que era sacristán, durante un tiroteo ¡que entran, que entran! (refiriéndose a los rojos) cogió un ramo y se ahorcó.

¿Cómo encuentras Pancrudo a la vuelta?.

Volvimos a la casa donde nací. El pueblo estaba deshecho, casas hundidas, vacías, sin puertas ni ventanas. No había cemento en el pueblo.

En verano, nada más acabar la guerra, íbamos a espigar. Poco a poco los hijos se fueron haciendo mayores, trabajaron el campo, compraron tierras y fueron prosperando.

¿Cómo vivías las fiestas en tú juventud?

De joven era presumida, estaba guapa y me gustaba bailar mucho.

Al preguntarle si en las fiestas muchos chicos la rondaban, contestaba: ¡puaaa!, igual que a todas, con una sonrisa de oreja a oreja y la cara colorada.

Los trajes de fiesta consistían en faldas y blusas, en general del mismo color. Me los hacía yo personalmente, los míos y los de mi marido. También llevaba jerseys, medias y zapatos.

El pelo lo llevaba recogido con peinetas peinado hacia atrás. Con redecillas calentadas en el fuego me rizaba el pelo.

Las fiestas de Pancrudo se celebraban para Todos los Santos, en invierno, y para la Magdalena, en verano. En Todos los Santos duraban muchos días, más que en el resto de los pueblos cercanos. Para la Magdalena solo se celebraba un día; se iba a segar hasta la hora de Misa, momento en que se paraba para ir a la Iglesia y asistir a la misma.  Se hacía procesión y por la tarde baile con los músicos de Barrachina o los gaiteros de Valdeconejos.

También recuerdo otras fiestas entrañables que eran las del “Sitio” y la “Langosta”.

En Alpeñes las fiestas eran para San Antón, en Enero, y algunos años nevaba y teníamos que quedarnos allí.

¿Cómo ha ido cambiando tú vida después de la guerra?, ¿cuál es la vida que llevas habitualmente?.

Se vive muchísimo mejor ahora que después de la guerra.

Acabada ésta vivíamos del campo, de coser y de ir a cuidar ovejas.

Para lavar íbamos al lavador o al Prado que en invierno daba sensación de estar caliente el agua. El agua había que ir a buscarla a la fuente.

La primera “aradio”, que todavía la guardo, la compró mi marido que tenía mucho interés en oír los partes. Ahora veo alguna película en la televisión pero no muchas, ya que me mareo algo.

Me apetece hacer ganchillo detrás de la ventana que entra mucha luz y, aunque no veo bien, como el punto negrea sobre la aguja brillante me defiendo bien.

En general, para comer no tengo gustos especiales, sobre todo me gusta el tocino fresco escachado. Por las mañanas cuando me levanto, sobre las nueve, me tomo  un tazón de leche con galletas. Después me voy con la garrota a andar, aunque me duele mucho la rodilla desde que me caí el año pasado cuando venía de cuidar las gallinas. También me ocupo de serrar algo de leña para la estufa y vigilo que no se apague.

De salud paro fuerte, apenas me resfrío, no salgo mucho de casa y al acostarme me llevo dos bolsas de agua caliente a la cama. Hace ya muchos años fuí a Zaragoza a que me visitase un especialista del estómago y el médico me dijo “¡señora! si yo estuviera tan sano como usted”, mi prima que me acompañaba me decía “mírela doctor, si da gusto de verla de maja que está”. En fin, que me dijeron que estaba bien, así son las cosas.

Hoy lo que más deseo es que venga el verano para ver a mis nietos y a Ruben, mi biznieto.

¿Cuáles han sido las mayores alegrías de tu vida?.

Los días más felices de mi vida fueron los de mi boda, junto a la de mi hermana,  y los del nacimiento de mis hijos.

¿Recuerdas alguna anécdota divertida que puedas contarnos?.

Mi marido Victoriano me contaba que en una ocasión, cuando él era chico, le revolvía las cosas del armario a su padre. Un día éste se lo llevó a la dehesa con una burrica y el muchacho, o sea, Victoriano “a caerse”, “a caerse” y era que su padre tenía dentro del armario un arca y el muchacho le cogió una botella de vino y se la bebió y, claro, unos trompazos que para que.

Muchas gracias tía Rosario, que siga tan valiente como hasta ahora y nos pueda contar muchas más historias.