
01 Jul 1998
La Tía REQUILONIA o HALLOWEEN
Por Flor Lahoz Castelló
Hay un poema americano que dice:
When black cats talk
When pumpkins walk
When grey owls cry
When witches fly
When scarecrows toot
When ghosts salute
Then it’s Halloween.
Traduciendo al castellano dice así:
Cuando los gatos hablan
Cuando las calabazas andan
Cuando los mochuelos grises gritan
Cuando las brujas vuelan
Cuando los espantapájaros silban
Cuando los fantasmas saludan
Entonces es el Días de las Ánimas.
Al leer esto a estas alturas del año, alguien se preguntará, ¿a qué viene esto ahora?, pero lo estoy escribiendo justo en Todos Santos, cuando oigo el anuncio de una discoteca que dice obsequiar con un regalo a todo el que vaya a celebrar “Halloween”, cuando en televisión salen unos niños, no sé en qué colegio, decorando calabazas, cuando “parece” que nos descubren una fiesta, que nosotros celebrábamos de pequeños, aunque quizás le dábamos otro sentido.
Todos los pancrudinos de taitantos para arriba, saben quién era la “Tía Requilonia”, en realidad un personaje muy local, creado por la tía Ventura y la tía Erlinda, que nos daba buenos sustos cuando teníamos poco más de 6 o 7 años. Más tarde seríamos nosotros los que nos dedicáramos a hacer “requilonias” con calabazas y a recordar lo que oíamos contar a los mayores sobre estos días, siempre historias de miedo, de apariciones, de pesadillas…
La tradición era celebrar el 1 de noviembre, Todos Santos, con alegría ya que era el santo de todos (todos esos que no tenemos tan famosos como los Joses, los Pedros, las Cármenes, etc…). El día 2 era el día de las ánimas, según nos contaban, la víspera por la noche “las almicas del Purgatorio anda por los tejados y para que vean bien y no tropiecen es conveniente ponerles una vela”. Además las campanas tañían a muerto y los hombres y mujeres se reunían a rezar en alguna casa por los difuntos de las familias.
Una amiga de Pancrudo recuerda: “La verdad, el tañido triste de las campanas y los hombres serios rezando a mí siempre me imponía”.
Todos, de pequeños, teníamos miedo de pasar de noche por el cementerio viejo (lo que hoy es el parque infantil) pero no digamos en estas fechas.
Me contaba una mujer del pueblo lo que le pasó en esta noche: Estuvimos rezando hasta muy tarde. Cuando se fueron las visitas y me iba a acostar, me di cuenta que no tenía agua y decidí ir a por un cántaro y un caldero para lavarnos a la mañana siguiente. Fui a pasar por detrás de la iglesia pero al llegar al cementerio “me” se puso algo por delante que no me dejó pasar. Yo no veía a nadie, pero intentaba andar y no podía. Volví a casa y me dije: “¡Pues vaya tontería, me voy a quedar sin agua por caguetas!”. Así que agarré el cántaro y el caldero y, aunque tuve que dar más vuelta, me fui a la fuente por la plaza y traje el agua, pero qué mal rato pasé esa noche.
Recuerdo otra historia que me impresionó de pequeña al oírla contar: La tía “Fulana” llevaba ya unas cuantas noches sin poder dormir, aterrorizada, pues a mitad de la noche se le apretaba el rebozo de las sábanas al cuello hasta que la dejaba sin respiración. Al contarlo a una amiga, esta le dijo: “¿No tendrás ofrecida alguna misa que no hayas dicho?”. Entonces ella se acordó que una tía suya hacía poco que había muerto y aún no le había dicho la misa ofrecida. Se la dijo y a partir de entonces pudo dormir tranquila.
La chiquillería y los más irreverentes se aprovechaban de las “estrarnochada” del rezo, para contar historias y chistes de miedo alrededor de una “llanda” de manzanas o peras, o una calabaza con miel asadas al horno de la cocinilla. Os cuento uno que creo hemos oído todos más de una vez: Dos chicos de Pancrudo robaron unos huevos de los ponederos de unas casas y se compraron un paquetón de caramelos en casa de la tía Basilia. Como no querían ser descubiertos dijeron: “Para repartirlos, mejor que vayamos al cementerio, que hay un nicho vacío; nos metemos y allí no nos verá nadie”. Eso hicieron y al saltar la tapia del cementerio se les cayeron dos caramelos y decidieron recogerlos a la salida. Un pastor que pasaba por allí, al oír voces se acercó. Se dio cuenta que se estaban repartiendo algo pero como no vio a nadie, se fue, todo asustado, a avisar al señor Cura diciendo: “¡Señor Cura, señor Cura, algún muerto ha resucitado y se está comiendo a los demás!”. El señor Cura trató de calmar al pastor, pero como tanto insistía, decidió ir con él al cementerio. Cuando llegaron a la puerta los chicos estaban terminando el reparto y llegaron a oir:
- “Dos pa ti, dos pa mí, dos pa ti, dos pa mí,… estos ya son los últimos”.
- “No te olvides de los dos de ahí fuera”.
- “Bueno, si, de esos, uno para ti y otro para mí”.
Al oírlo esto el cura y el pastor salieron despavoridos gritando: “Vamos deprisa que si salen se nos comen también a nosotros”. Y no pararon hasta que se encerraron en sus casas.
¡Qué miedo pasábamos los que teníamos ocho o diez años!
No sé por qué razón se dejó de “estrarnochar” en invierno, de hacer “requilonias” y de perder alguna que otra costumbre más (aunque a lo peor la “tele” y el ajetreo de la vida tiene algo que ver), pero al creer que recuperamos porque los anglosajones y americanos nos la recuerdan por la televisión o nos la cuentan en los periódicos, me parece una tontería, además de perder la memoria histórica del pueblo.
Así que si hacemos o no “requilonias” y si nos juntamos o no a contarnos cosas, es porque nos da la gana y queremos y recordamos los que hacíamos, y no porque vemos que no sé cuántos niños de no sé qué colegio se dedicaron a hacer calabazas por “Halloween”.
Con esto quiero decir que cada uno haga lo que quiera, celebrar o no una fiesta, pero hacedlo porque queréis y os apetece, no porque alguien más lo hace. Decidáis lo que decidáis, siempre estará bien, ¿o no?
* Cuando escribí este artículo pensaba en una persona que se iba a alegrar al verlo (la tía Ventura). Ahora ya no está con nosotros, pero hay muchos que como yo, la recordamos muchas veces con cariño.